Cuando Carla era niña tenía un perro, Sancho.
Sancho murió cuando Carla tenía diecinueve años. Estaba viejo. Hacía años que no ladraba. Su mamá la llamó, le dijo que no había sufrido, que se había quedado dormido en la sala junto a ella, viendo televisión. Que la había esperado a que regresara del viaje para despedirse.
Una tarde, caminando entre los escombros, encontramos un cachorrito hambriento debajo de una puerta. Chillaba. Carla lo sacó y lo llevó cargado a casa.
Es Sancho, me dijo. Ha regresado.