A pocas calles hacia el norte hay un barrio tomado por los ganzos. Graznan y se avalanzan con las alas extendidas sobre cualquiera que se atreva a poner pie en su territorio. Un día explorábamos la zona buscando comida junto al panadero. Él nos había advertido de los ganzos. Nos había dicho que teníamos que ser cautos, guardar silencio. Cruzando una esquina los vimos al fondo de la calle. Una mancha blanca sobre el asfalto que de repente enfilaba hacia nosotros haciéndose cada vez más grande. El panadero gritó que corriéramos. Eso hicimos.

Fue la última vez que lo vimos vivo.