Recorremos la plaza como siempre, como si estuviéramos comprando. Lo hacemos cada sábado, por honrar la rutina. Las rutinas calman, dice Carla. Sancho viene con nosotros, le gusta cazar ratas. Todavía huele a plaza, a podredumbre dulce, y a veces, por instantes muy breves, oigo los gritos y los ruidos del lugar como si todavía siguieran ahí.

Lindas estas mandarinas, doña Zoila.

A cuánto están los lulos hoy, mi vida.

Le tengo la sierra fresca, patrón.

¿Cuántos kilos dijo, madre?

Dos, dice Carla. Dos kilos. Gracias.