Así se ve desde el avión. Un poco más arriba, tal vez, pero así: Oscurece.

Carla está en la ventanilla. Es la tercera vez que sobrevolamos el centro, cada vez menos gente. Tres horas en un avión, una de más. ¡Qué domingo! Carla me pregunta por qué no aterrizamos, por qué el piloto se arrepintió, por qué damos vueltas y vueltas. ¿Es que acaso creen que no nos damos cuenta?

Cuando Carla está nerviosa pregunta muchas cosas.

El aire está caliente. Todos hablan a murmullos, con gravedad. Un niño llora. Nadie se atreve a decir nada. Una mujer dos filas adelante llama a la azafata. Es la quinta vez que lo hace en la última media hora. La azafata llega con un vaso de agua. La mujer le pregunta algo, siempre la misma cosa: ¿Todo está bien? La azafata asiente. Todo está en orden. Hay congestión en el aeropuerto. Es sólo eso: Congestión.

Carla dice que gastan gasolina para que al caer no nos convirtamos en una bola de fuego. Y lo hacen por ellos, me dice. ¿Viste la casa?, le digo. Acabamos de pasar sobre ella de nuevo. Lo hacen por ellos, no por nosotros, repite Carla. Si fuera por nosotros no importaría. Lo hacen por los que todavía están vivos.

¿Viste la casa?